Fenómeno OVNI desde la ciencia

Falsos conocimientos, falsas creencias

Por: Rubén Tesolin


Las falsas creencias surgen de la ignorancia, pero también de la falta de voluntad de dejar de ser ignorantes. Por supuesto es más fácil atribuir lo desconocido a esferas más allá de la ciencia actual que tomar el arduo trabajo de investigar sobre la ciencia conocida y más aún sobre tópicos de la ciencia de vanguardia.
Cuando el público en general observa en el cielo objetos que desconoce en primer lugar los asocia con las cosas conocidas y cuando esa comparación falla, entonces pasa directamente, en segundo lugar a la especulación, efectuando deducciones con poca o ninguna base sólida de conocimientos en particular y menos todavía científicos.
Toda esa falta de información, y principalmente formación, lleva a la gente a considerar con total simpleza la facilidad y factibilidad de los viajes interplanetarios y peor aún los viajes interestelares.
A continuación se demuestra en forma completa y detallada la imposibilidad de que la Tierra sea visitada por naves extraterrestres en la medida de las distancias astronómicas infranqueables, por lo tanto se cumple y fundamenta la falta de racionalidad expresada por la cifra de que cada seis minutos llega un vehículo alienígena a nuestro planeta y proveniente del espacio exterior.

Como bien lo expuso el investigador Luis Alfonso Gámez "Una nave extraterrestre visita la Tierra cada seis minutos. Sólo así se explica que, en los últimos 50 años, el 5% de la población mundial asegure haber sido testigo de las evoluciones de platillos volantes. Aunque la inmensa mayoría de las observaciones tiene su origen en percepciones erróneas de cuerpos astronómicos, de fenómenos atmosféricos, de aviones y helicópteros... cuando no en meras fabulaciones y fraudes; de los 200 millones de platillos volantes vistos en el cielo desde 1947, 4 millones son auténticos ingenios alienígenas, según estimaciones de los ufólogos más prudentes. Nuestro planeta es una especie de Benidorm cósmico al que acuden seres de todos los rincones de la galaxia."
Por lo tanto, para la opinión pública mundial, todos los Ovnis son Naves extraterrestres, tripuladas por seres inteligentes y avanzados de lejanos planetas que llegan a la Tierra. Lo que no se justifica es que los "ufólogos" opinen lo mismo, cuando en realidad deberían aplicar el tan descuidado y a veces olvidado "método científico" sean o no sean ellos mismos científicos. 


La Paradoja de Fermi

La falta de éxito de la búsqueda de señales extraterrestres inteligentes nos conduce a una paradoja, ya puesta por el físico Enrico Fermi en 1950, cuando se preguntaba sobre la ausencia de visitantes extraterrestres sobre nuestro planeta.

Enrico Fermi fue un físico italiano conocido por el desarrollo del primer reactor nuclear y sus contribuciones al desarrollo de la teoría cuántica, la física nuclear y de partículas, y la mecánica estadística. En 1938 Fermi recibió el Premio Nobel de Física por sus trabajos sobre radiactividad inducida y es considerado uno de los científicos más destacados del siglo XX.
Se lo reconoce como un físico con grandes capacidades tanto en el plano teórico como experimental. El elemento Fermio, que fue producido en forma sintética en 1952, fue nombrado en su honor.


La paradoja de Fermi:

Evidentemente, es difícil imaginar a qué se asemejaría una civilización extraterrestre. Un hecho que, sin embargo, parece imponerse es que tal civilización terminaría inevitablemente por pretender extenderse más allá de su planeta de origen. Se pueden citar al menos tres razones para las cuales este objetivo parece natural: la exploración, la colonización y la supervivencia.

La exploración sería un primer paso, una misión hacia otras estrellas, motivada, o por la curiosidad intelectual, o por razones de prestigio. La colonización seguiría por razones económicas, políticas o religiosas. La tercera razón, más implacable, es la supervivencia, porque la vida de una estrella está limitada en el tiempo. Por ejemplo, en 5 mil millones de años, el Sol dejará de ser la estrella estable que conocemos hoy. Se transformará en una gigante roja que absorberá la Tierra. Por consiguiente, pronto o tarde, el viaje interplanetario, luego interestelar, resultará indispensable para la supervivencia de la humanidad. Toda civilización extraterrestre se enfrentará un día u otro al mismo problema.

Las simulaciones de una expansión por viaje interestelar muestran que es totalmente posible considerar la colonización de la Galaxia entera por una única civilización en un tiempo del orden de 10 millones de años. Esta duración, por muy astronómica que sea, es, sin embargo, muy corta con relación a la edad de la Galaxia (una decena de miles de millones de años). La paradoja es pues es la siguiente: ¿puesto que una única civilización extraterrestre podría extenderse en un tiempo relativamente corto en toda la Galaxia, por qué nunca hemos visto extraterrestres sobre la Tierra y por qué nuestros radiotelescopios nunca han captado señales extraterrestres inteligentes en la vecindad del Sol?


Algunas respuestas a la paradoja

La solución más simple a la paradoja de Fermi consiste en decir que no hemos visto nada porque no hay nada que ver. Estamos solos en la Galaxia o al menos somos los primeros en alcanzar el umbral de la tecnología. Esta hipótesis puede parecer razonable a primera vista: la probabilidad de aparición de vida inteligente podría ser tan baja que la Tierra es un caso único en la Galaxia. La explicación es, sin embargo, poco satisfactoria, ya que vuelve a dar un papel especial a la Tierra, mientras que la astronomía ha mostrado a lo largo de su historia que nuestro planeta no tiene nada de especial.

Otra hipótesis consiste en poner en entredicho las simulaciones de la expansión de una civilización. Así pues, los viajes interestelares podrían ser muy rápidos, pero el proceso de colonización mucho más lento. La velocidad a la cual el límite de la zona colonizada se propaga estaría sin informe con la velocidad de un único viaje interestelar. El tiempo necesario para la colonización podría ser del orden de la edad de la Galaxia, lo que explicaría porqué no ha sido alcanzado aún el sistema solar.

Algunas respuestas se basan en la imposibilidad o la dificultad del viaje interestelar. Éste es quizá mucho más difícil que lo que se supone generalmente. Factores tales como los rayos cósmicos o los polvos interestelares podrían volverlo irrealizable de hecho.


¿ Más Rápido que la Luz ?

Al final del artículo sobre "El aumento de masa relativista" (dicho artículo se presenta al final de la página, con la exposición del fundamento científico correspondiente, cuyo autor Pablo D.F. del Círculo Escéptico, se explaya en forma imparcial aplicando los postulados físicos), decía que, habiendo quedado claros los largos tiempos y las inmensas energías necesarias para el viaje interestelar, me parecía que eso debía desacreditar la hipótesis de los OVNIs como naves extraterrestres. La clase de visitas que postulan los fans de las lucecitas celestiales —visitas frecuentes, repetidas, constantes y sin objeto aparente, de naves relativamente pequeñas y sin medios visibles de producción o emisión de energía, como si fuera tan fácil venir a la Tierra— parecen a priori una idea ridícula.


Todo en términos de la ciencia-ficción

Por lo mismo, lamentablemente, no son realistas los sueños de la ciencia ficción como el Imperio Galáctico de Asimov o los viajes de la USS Enterprise para ir audazmente donde nadie ha ido jamás. Asimov conocía muy bien el problema e intentó esbozar un mecanismo que hiciera posible “saltar” entre los mundos a través de un “hiperespacio” con propiedades geométricas especiales.

* En "Star Trek" por su lado, se valió del recurso del warp, por el cual la nave no va más rápido que la luz sino que se mueve dentro de una burbuja que deforma y acorta el espacio a medida que avanza: un poco más ingenioso, pero igualmente inviable.

* En "Babylon 5" las naves viajan a través de un hiperespacio que se plantea como un espacio con algunas reglas distintas al espacio normal; se viaja por él con motores convencionales una distancia corta (en términos astronómicos) y se sale a una gran distancia en el espacio “normal”; las naves grandes pueden entrar solas al hiperespacio, pero las otras requieren “puertas de salto” fabricadas por una raza alienígena antigua de la que nada se sabe. En Battlestar Galactica hay también “saltos”, pero éstos son instantáneos (no hay interludios en el hiperespacio) y no requieren de un equipo muy complicado; una nave con capacidad para diez personas puede llevarlo.

* En "Deep Space Nine" además de la tecnología warp, se utiliza el recurso de hacer pasar a las naves por un agujero de gusano, entidad teóricamente posible pero cuyo uso requeriría, en el mejor de los casos, de una tecnología absurdamente avanzada y una cantidad de energía prohibitiva.

* En "Contacto" Carl Sagan hace que sus protagonistas construyan (con planos enviados por radio desde la estrella Vega) una máquina que crea algo muy similar a un agujero de gusano aquí en la Tierra, pero el regreso trae consigo ciertas paradojas bien pensadas que lo hacen inútil para el uso habitual.

* En "Mundo Anillo" al extremo del absurdo velocístico llega Larry Niven: no sólo hay naves convencionales que viajan (en el hiperespacio) a razón de tres días y medio por año-luz (es decir, más de cien veces la velocidad de la luz) sino que los protagonistas utilizan una nave de un diseño secreto que cubre esa distancia en un minuto y cuarto (unas 420 mil veces la velocidad de la luz), todo esto con motores que anulan la inercia y no usan masa de reacción, tecnología que en el mundo de Niven resulta avanzada pero no fantástica. (Niven también saca de la galera, sin justificativo científico alguno, materiales de fábula como el scrith, que tiene una resistencia a la tracción comparable a la fuerza nuclear fuerte, y unos metros del cual son capaces de bloquear el 40% de los neutrinos que choquen con él.)

Por contraste, Ursula K. LeGuin prefirió resignarse a que los protagonistas en su serie del "Ekumene" viajaran en animación suspendida en naves NAFAL (Nearly As Fast As Light, “casi tan rápidas como la luz”), lo cual le dio de paso algo de material para explorar los conflictos psicológicos y los efectos políticos de la dilatación temporal, de los viajes largos y de la imposibilidad de intercomunicar eficazmente una unión o confederación de mundos apartados. Roger Zelazny escribió un cuento, Este momento de la tormenta, en el que trata incidentalmente este asunto en su protagonista.

La dilatación temporal es también un punto de partida importante de la obra de Arthur C. Clarke, "Voces de un mundo distante", en la cual se especula con una “energía del vacío”, extraída de la llamada “espuma cuántica”. Hoy en día esta energía (mal entendida, claro) es una de las preferidas de los pseudocientíficos. Clarke, de todas formas, se mantuvo también dentro de los límites de la ciencia ficción dura: ninguna de sus naves iba más rápido que la luz. Incluso imaginó (y es otro punto clave del argumento de su novela) cómo podía protegerse una nave espacial de la abrasión producida por las partículas con las que se encuentra. (En el espacio hay átomos y iones sueltos de hidrógeno, y da lo mismo si chocan contra una nave o la nave choca contra ellos: el efecto, al acercarse a la velocidad de la luz, es el de un feroz bombardeo de rayos cósmicos.)

Específicamente sobre el tema del incremento de masa relativista escribió Donald Wandrei su cuento "Coloso", dándole una vuelta que en su época (1934) quizá no haya parecido tan absurda como hoy sabemos que es: un viajero del espacio acelera su nave hasta cerca de la velocidad de la luz pero ésta, en vez de hacerse más masiva, se expande, hasta que se vuelve más grande que el universo, el cual resulta ser un átomo dentro de un universo más grande (esta idea, derivada de la visión anticuada del átomo como una versión miniatura de un sistema solar, se repite en varias narraciones de ficción de la misma época).

Como se ve en este brevísimo y necesariamente muy parcial repaso, la literatura de ficción ha tratado de buscar formas de viajar plausiblemente a distancias interestelares, siguiendo —a veces— los últimos hallazgos disponibles de la ciencia, pero por el momento todas estas ideas siguen siendo impracticables, cuando no ridículas.
A los escépticos suelen criticarnos por encerrarnos en el empirismo estricto o en la ortodoxia. Se nos pregunta, retóricamente: ¿la teoría de la relatividad es dogma? ¿No puede ser que Einstein estuviera equivocado, que fuera posible acelerar por sobre la velocidad de la luz o hacer que un cuerpo pierda su inercia? ¿Por qué los extraterrestres, adelantados miles o millones de años en tecnología, no podrían haber descubierto una manera?

Estas preguntas son válidas pero están planteadas desde una postura imaginativa, no científica. Sí, es posible que nos equivoquemos (sin más, la relatividad apenas tiene un siglo de existencia). Pero si somos honestos, debemos pensar en términos de lo que ya sabemos. Hay personas que reestructuran su vida en torno a la creencia de que los extraterrestres nos visitan. Hay personas que ganan mucho dinero vendiendo esta creencia. Hay muchas personas dispuestas a hacer el ridículo defendiendo esta creencia… y sólo porque no saben, o no quieren aceptar, que las probabilidades de que estar en lo cierto son pequeñísimas. Uno no puede plantear como cierto algo que sólo es apenas marginalmente posible: quizá ésta sea la mejor definición de la honestidad intelectual del escéptico.


¿ Por qué Aumenta la Masa a la Velocidad de la Luz ?

Siguiendo con el tema de la relatividad, del cual hablábamos hace un tiempo, podemos pasar a otro fascinante aspecto de la teoría especial: cómo los cuerpos parecen volverse más masivos a medida que se mueven más rápido.

La archiconocida fórmula einsteniana E = mc² significa que la energía de un cuerpo es igual a su masa multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz. Esta energía puede liberarse por varios métodos, como la combustión o una reacción nuclear en cadena.

Ahora bien, cuando un objeto se mueve tiene más energía que la que tenía estando quieto, ya que la energía de su movimiento (energía cinética) también cuenta. Un cuerpo en reposo no hace nada; un cuerpo que se mueve puede aplastar otro, comprimir un pistón, derribar una pared o (en el caso de un líquido) impulsar una turbina, por ejemplo.

Antes de Einstein no sabíamos de la equivalencia entre masa y energía. Pero ahora que lo sabemos, en la susodicha E = mc² podemos cambiar los términos de lugar fácilmente y poner m = E⁄c², es decir, la masa es igual a la energía dividida por la velocidad de la luz al cuadrado. Como la velocidad de la luz no varía, y la energía (E) se incrementa con la velocidad, de la fórmula parece surgir que ¡la masa del objeto aumenta cuando éste va más rápido!

Hablando con propiedad, lo que aumenta en este caso es la resistencia del objeto a cambiar su estado de movimiento (moverlo o frenarlo), es decir, su inercia. El aumento de inercia depende de la relación entre la velocidad del objeto y la de la luz. Cuanto más rápido va un objeto, más difícil es hacerlo ir más rápido.

En la todavía joven era de la exploración espacial todavía no hemos tenido este problema, ni lo tendremos por mucho tiempo. Pero supongamos que quisiéramos explorar la estrella más cercana a nosotros. Si pudiéramos ir a la mitad de la velocidad de la luz, tardaríamos casi nueve años, pero nuestra nave espacial llegaría a aumentar un 15% su inercia, con la consiguiente necesidad de cargar más combustible para acelerarla. No parece mucho pero desde ya complicaría el asunto.

Viajar requiere llevar comida y agua. Si pudiéramos ir más rápido, ahorraríamos algo de esa carga. Pero la relatividad viene a frustrarnos. A un 75% de la velocidad de la luz tardaríamos menos de seis años, pero nuestra nave aumentaría un 50% su inercia. Es verdad que ahorraríamos mucha carga, porque para los tripulantes de la nave sólo pasarían tres años y diez meses debido a la dilatación temporal.

Puestos a soñar, si lográramos ir con la nave al 90% de la velocidad de la luz, llegaríamos a destino en cuatro años y nueve meses, más o menos, que para la tripulación serían apenas dos años y unos pocos días… pero lo más probable es que no lograríamos acelerar nunca la nave, ya que ésta habría aumentado su inercia a más del doble.

Y algo más sorprendente aún. Al igual que la dilatación temporal, que sólo perciben los observadores externos, el aumento de inercia de la nave espacial no sería notado por la tripulación. En su marco de referencia los motores seguirían acelerando la nave al mismo ritmo, consumiendo la misma cantidad de combustible por unidad de tiempo.

Para entender esto conviene volver al ejemplo dado cuando hablábamos de la dilatación del tiempo. Supongamos que los tripulantes quieren medir la aceleración de su nave. Para ello miden su velocidad (por el medio que sea) y anotan el momento de la medición cuando pasan al lado de un hito, digamos (para ser coherentes con el género), una “boya espacial”. Comienzan a acelerar hacia la siguiente boya, y cuando pasan a su lado dejan de acelerar y vuelven a medir la velocidad, anotando el tiempo transcurrido desde la anterior medición. La diferencia de velocidades dividida por el tiempo es la aceleración: si pasaron de 290 000 a 291 000 kilómetros por segundo en 1000 segundos, su aceleración ha sido de (1000 km⁄s)⁄(1000 s) = 1 km⁄s², o sea, su velocidad ha aumentado a razón de un kilómetro por segundo durante cada segundo en que han acelerado (el ejemplo no es real; bajo esa aceleración los tripulantes quedarían hechos jalea en un instante).

Quienes hayan estado atentos notarán enseguida la falla. Para los tripulantes, que viajan a velocidades muy cercanas a la de la luz, el tiempo corre más lentamente. Si los observamos mientras toman sus mediciones, veremos que el tiempo que tardan en ir de un hito al otro es bastante más del que ellos perciben en su marco de referencia. Es decir, están aumentando de velocidad mucho más lentamente de lo que ellos creen.

Desde el punto de vista de los tripulantes, y en tanto tuvieran combustible, podrían acelerar hasta tan cerca de la velocidad de la luz como quisieran. Vista desde afuera, sin embargo, la nave espacial iría acelerando cada vez menos. Para los tripulantes sería algo parecido a la carrera de la Reina Roja, de "Alicia a través del espejo": tendrían que darle cada vez más gas al motor para seguir acelerando (desde el punto de vista de los demás) al mismo ritmo. Y nunca, no importa cuánto calentaran el motor, llegarían a la velocidad de la luz.

"Hay muchos otros problemas relacionados, pero para mí (como se ha expresado Pablo D.F. en el transcurso de la nota) esta simple ecuación y sus consecuencias son suficientes para convencerme de que los OVNIs no son naves extraterrestres y de que las grandes epopeyas espaciales nunca saldrán, lamentablemente, de la ficción".